
A veces se quedaba a dormir en casa de la abuela, cuando yo me iba para acompañarla, y tengo recuerdos de momentos dulces, los tres sentados en el sofá amarillo y tapados con la mantita, viendo El Águila Roja, por ejemplo.
Tampoco podré olvidar a mi querido mauritano, Mohamed Vall, que nos acompañó a mi hermana y a mí en la noche en que nuestra madre agonizaba. Gracias Vall porque con tu presencia y tu conversación aliviaste esas horas terribles. Algo nos unió profundamente cuando juntamos nuestras manos Fernando el sacerdote, la madre, las hijas y tú, Mohamed Vall.
También estuvieron cerca Sidia y Hervé, que visitaron a mi madre en el hospital y nos acompañaron el día del funeral.
La vida sigue. No la concibo sin ellos.