Mi vínculo con los africanos empezó en octubre de 2007. Una compañera de la Asociación de Mujeres, que es voluntaria de Cruz Roja, pidió unos zapatos del nº 45, y yo tenía unos que mi hijo Iker no se ponía. Podría habérselos dado a ella, pero mi curiosidad por ver a los chicos que venían en cayuco me llevó a subir al albergue de Talledo con tres amigas.
Desde ese día no he podido dejar de subir. Hay dos chicos de ese primer grupo, Ibrahim, que está en Tenerife, y Chek Diop, que vive en Granada y suele visitar a mi sobrina Eider en el Gambrinus, con los que tengo contacto. A los demás ni los recuerdo.
Talledo está en pleno monte a unos 12 kilómetros de Castro. El bus urbano sólo llega a Otañes y quedan 4 kilómetros de plena subida para llegar al albergue. Este cuenta con 7 literas, por lo que nunca hay más de 14 personas. Hay dos cuidadores que pasan las noches y el fin de semana: Alfredo y David. De lunes a viernes una trabajadora social y una educadora hacen su labor.
También hay voluntarios que se ocupan del guardarropa, de enseñarles español o a utilizar los juegos de mesa en una tarde lluviosa, de ir a jugar al fútbol, de llevarles a ver Bilbao... Tratar de acompañarles, hacer que no se sientan aislados, ayudarles a integrarse, son tareas muy gratificantes que llenan el corazón.
Cuando Sidia frunce el ceño y me reprocha que no suba todos los días, siento no poder hacerlo. Subo las tardes de los domingos. Me gustaría hacerlo más.
jueves, 24 de enero de 2008
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