lunes, 9 de febrero de 2009

Lluvia y muerte



Es viernes, llueve sin parar y llevo en el coche a Vall y a un par de africanos al albergue. Mi amigo mauritano dice: “¡Madre, entra, tienes que entrar! Es por Dumbia, ¡han matado a su hermano! ¡Tenemos que consolarle!”.

El chico de Costa de Marfil está en la litera del albergue hundiendo su cara en la almohada, soportando el dolor al saber que ya no verá nunca más a su hermano mayor. Ha muerto de un disparo en su país. Le consolamos entre todos. Vall le dice: “Todos vamos a morir”. Nos da las gracias y llora. Al lado, un chico de Mali reza arrodillado en la alfombra.

Es domingo. Sigue lloviendo sin parar. Dumbia tiene 29 años. Su padre murió y su madre vive con su hermano de 19 años. Tiene también dos hermanas. Nos habla de la corrupción, de los abusos del ejército y de los rebeldes que roban los uniformes de los militares y hacen barbaridades. Él dice que vivió una situación similar a la de su hermano en el mismo lugar donde este fue asesinado. Tiran un árbol en la carretera y exigen dinero para pasar. Si no tienes te dan un tiro. Dumbia tuvo suerte. Llevaba sólo diez euros y le pedían doscientos. El conductor del coche los dio por él y se salvó. Su hermano cayó.

Sólo han pasado dos días desde que se enteró de la muerte de su hermano. Hoy sonríe, ha hablado con su familia y dice que están bien. Suena su teléfono, habla en su idioma y de repente me lo pasa: “Toma mama, es mi hermano pequeño”. “Allo! Ça va? Et ta mère?”. Le mando un abrazo para su madre y mucha suerte para él.

¿Tenemos derecho a tener miedo, a que nos quiten un poco de nuestro bienestar? Me pregunto.

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