Estando en el supermercado me llama mi marido y me dice que está un chico guapo con rastas esperándome. Pienso que es Aziz, y como es mediodía, compro hígado, que le encanta, por si se queda a comer. Cuando llego a casa me encuentro a Alassana en el sofá. Sorpresa y alegría. Su sonrisa y su "oh mama" van directo al corazón.
Alassana no vive en Castro, vive a 25 kilómetros de aquí. Un amigo le protege y ahora está haciendo un curso de cocinero. Aunque los africanos no hablan mientras comen, lo cual es muy sensato, yo aprovecho al tenerle de frente y tan cerca, para sonsacarle y saber cómo se encuentra.
La docena de africanos que viven aquí se visitan y se arropan unos a otros, pero este está solo. Aunque es muy dicharachero y seguro que conoce a muchísima gente. No se queja de soledad, pero dice que no puede llamar a su familia; tienen muchos problemas y se pone triste porque no puede ayudarles como le gustaría. Dice: "Cuando hablo con Gambia yo no dormir, mama, mi cabesa piensa mi madre, mis hermanos...", y se le humedecen los ojos. Es mucha presión para un chico que lo tiene difícil para sostenerse a sí mismo.
Y sin embargo, ahí le veis, sonriente, con toda la bisutería que le hemos regalado y que luce divinamente, y con la confianza en que todo mejorará. Inshalá!
1 comentario:
Ojalá tenga toda la suerte del mundo.Inshalá! Y debo decir que sigo tu blog y que admiro muchísimo la labor que desarrollas.
Un Saludo,
Rachel
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