miércoles, 27 de febrero de 2008

Un domingo en Talledo

El domingo pasado subí con Iker a Talledo. Era la segunda vez que estaba en el albergue. La primera fue hace mucho tiempo, cuando todavía vivían allí Aziz y Ahmed. Sólo estuvimos una hora pero vivimos cosas que merece la pena contar.

Allí estaban Juanjo, Rosa y Mamá Afrika, es decir, mi ama y la madre de todos mis hermanos africanos: Sidia, Alassana, Richard, Bass, Mendi… y tantos otros cuyos nombres no puedo recordar. No así sus caras, que es imposible olvidar porque sólo tenían sonrisas para nosotros. Sidia me dio varios abrazos y me dijo que estaba muy contento de conocerme, porque Mamá Afrika le había hablado mucho de mí… Decir que me sentí halagada es decir poquísimo. Creo que no puedo expresar con palabras lo que sentí. Sidia me llegó al corazón.

Juanjo me contó cosas de los chicos. De Bass, que era profesor en Senegal y que puede hablar de miles de temas en varios idiomas, porque es un hombre inteligente y muy culto. De Alassana, que tiene 18 años y es creativo y hábil haciendo cosas con las manos, como coser. De Sidia y los chicos de Costa de Marfil, que les encanta el fútbol. Todos querrían jugar en el Real Madrid.
Rosa también estaba allí, regalando su cariño y su alegría, la compañía que, para mis hermanos, vale más que el dinero. Rosa me presentó a Mamabá, el más pequeño del grupo. “Mírale, mira qué cara tiene mi niño… 17 añitos…”, me decía.

Juanjo dice que a Gambia lo llaman “el país que siempre sonríe” y desde luego que se nota. Casi todos los hermanos africanos que están ahora en Talledo son de allí, así que la tarde pronto se llenó de música y risas. Bass se arrancó con el djembé y Richard le relevó después. Bass se puso a bailar como un loco, sacando mucho el culo al estilo africano. Mendi hacía que tocaba la guitarra y los demás disfrutábamos del espectáculo.


Después llegó Alfredo, repartiendo abrazos y poniendo un poco de orden en el guirigay. Dejamos a los chicos llamando por teléfono y preparados para cenar.

Cuando volvía en mi coche a casa me sentí un poco triste. Supongo que es normal. Porque cuando piensas en estos chicos, la alegría y la esperanza siempre se tiñen con un velo de temor… temor a que este mundo no sea justo, a que ellos, por nacer en el lugar equivocado, no tengan derecho a una vida mejor, a que las puertas se les cierren cuando intentan caminar. Y te entra una impotencia que te dan ganas de gritar y llorar. Pero no puedes. Porque ellos te enseñan con sus historias que en esta vida no hay lugar ni tiempo para el pesimismo… que sólo hay trabajo, lucha y esperanza.

1 comentario:

Mamá Afrika dijo...

Mil gracias hija, por tu apoyo, por tu ayuda, por ser mi cómplice.

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